No echaré de menos la injusticia que licua a los débiles.
No dejaré abierta la puerta trasera por la que se cuelan
los malos presagios y las agonías lentas.
No venderé al mejor postor las palabras inmaculadas.
Tamizaré los errores, elegiré los aciertos
y no buscaré la estrecha vía
de los malos momentos de un año que expira manchado de sangre.
No añoraré, no añorarás el brillo vacuo. Ni los días fatuos,
ni las mentiras a propósito. No ambicionéis el frío del oro.
Hagámonos fervientes discípulos de la religión de los abrazos.