La suciedad avanzaba sin remedio. Los días estaban teñidos de decadencia. A la espera le faltaba ilusión. Cansancio y un estar desesperado era el signo de los tiempos. Los ricos crecían en su opulencia repartiendo miserias entre los cada vez más pobres. La mirada del pequeño Andrés hizo llorar a su padre. La dignidad se la comió el miedo y el miedo era el alimento que día a día los nutría en ese desierto de humanidad vencida.