Caminando llegó por un sendero estrecho a una inmensa llanura, ¿desolada?, ¿infinita?, tal vez sencilla pero poco estimulante, pensó. La tarde caía y brillaban las primeras estrellas que le acompañarían en una noche de desvelo a cielo descubierto. Sin más mapas ni coordenadas que el instinto, caminar tantos días y tantas noches tendría que deparar un resultado de éxito. Lo que no sabía era que a pesar de las advertencias, a pesar del nebuloso sueño de la conquista del paraíso, se toparía, sin remedio, antes de llegar a la nueva tierra prometida, con miles de metros de alambradas, adornadas de un modo macabro con hirientes y degradantes cuchillas donde dentellarse la piel, era sí o sí, un trámite a cumplir. ¡El precio del progreso!, suspiró. Lo intentaré cuando el miedo remita y el corazón palpite lento.
Un microrrelato de Ana Muñoz Cubero.