No hay nada como un buen paseo para aclarar las ideas y desatascar el fango mental que anega la psique, pensó Oswaldo. Su mesa escritorio estaba repleta de documentos, carpetas y papelitos con anotaciones de todos los colores. Las estanterías que acompañaban la estancia también reflejaban el caótico orden de aquel viejo detective empleado casi en un noventa por ciento en detectar fraudes y engaños a grandes compañías de seguro.
Atento a cualquier movimiento del viejo, en un rincón de la habitación descansaba un longevo mastín que artrítico y lento había perdido con el peso de los años, el interés por olfatear cualquier incidencia repentina. Pero que, tan sólo con el movimiento de sus nostálgicos ojos perrunos, hacía saber al investigador si iba por buen camino o lo contrario.
Caía por entonces la tarde cuando Oswaldo y su perro comenzaron a caminar cada uno a su ritmo por el gran parque urbano de la ciudad. Una luna grande, de esas que llaman de sangre, reinaba por encima de un sol que ya claudicaba. Sacó un cigarrillo y se sentó en un banco para contemplar el reflejo lunar sobre el estanque. Lucho sabes qué, dijo Oswaldo al perro, nos empeñamos en extender el tiempo cuando cada día sólo tiene veinticuatro horas.
Fumado ya el enésimo pitillo del día, cuando iban de vuelta a casa una mujer de unos treinta años se bajaba de una bicicleta y con cuidado en un lugar no muy escondido depositaba un recipiente con comida para gatos. Quieto, dijo Oswaldo a Lucho. El veterano detective se ocultó tras unos arbustos y pudo comprobar como aquella persona se movía con cierta soltura y desde una relativa cercanía observó que su cara era igual a la foto de la ficha personal de aquel expediente que lo traía loco.
Aquel paseo vespertino le valió a Oswaldo para demostrar que la asegurada en la compañía Aurora Polar, mentía y que lejos de padecer los males que alegaba en sus informes médicos, estaba sana como una pera y tan ágil como un ciclista experimentado porque minutos después de dejar la cena a los gatos, se perdió rápida por el carril bici del parque.
Ya te lo dije Lucho, un paseo abre la puerta a las ideas y a las oportunidades y hoy gracias a nuestra merecida y necesitada caminata tengo la clave que me permitirá dar carpetazo al expediente de Iliana, la mentirosa del collarín. Lucho miró a su jefe con su acostumbrado gesto bonachón y perro y hombre continuaron su pausado paseo con el gozo de haber hallado la pieza que completaba un puzzle inacabado.