La isla contaba con una limitada playa, vegetación de no demasiada altura, árboles exóticos y varias palmeras idílicas amén de miles de insectos altamente voraces que lo mortificaban con insistente avidez por succionar cada palmo de su piel. Despertó tras una extraña sensación de haber dormido más de lo normal. Salió a navegar con una buena amiga, compañera de trabajo y amante esporádica. Quiso impresionarla. Viajaron hasta aquel islote pequeño, romántico y perdido. Quería fascinarla con aquella imagen real e igual a la que ilustran portadas de lujosas revistas de viajes. Bajaron con varias botellas de champán bien frío y una extensa toalla donde tender los cuerpos que ajenos a la fina y blanca arena se entregarían al roce frenético del sexo bajo los cálidos tonos del ocaso.
¿Sería una broma? Por delante, un plano casi de ojo de pez y en el centro, él, una diminuta figura clavada en el olvido. Tras un temblor de piernas, cedió y sentado en la arena avistó un interminable horizonte de océano más infinito que nunca y sintió el miedo de la soledad no deseada.
¿Sería una broma? Por delante, un plano casi de ojo de pez y en el centro, él, una diminuta figura clavada en el olvido. Tras un temblor de piernas, cedió y sentado en la arena avistó un interminable horizonte de océano más infinito que nunca y sintió el miedo de la soledad no deseada.