Al otro lado de la ventana continuaba la vida. En el alambre del tendedero, en ese difícil equilibrio, un pájaro buscaba atento qué picotear. Dentro, la temperatura de octubre agradaba. Entonces, cuando encontró aquel viejo sobre de entre los antiguos archivadores, ella detuvo el tiempo y abrió con cuidado el cierre, espontáneamente el mundo interior sepultado a fuerza de desidia y por el dolor de la madre muerta, la invadió por completo. Los viejos poemas exhibieron a la palabra hecha carne, desnuda. De nuevo, comenzó a escribir.