Después de trastear por una veintena de restaurantes de ínfima, media y superior categoría, de recorrer la costa desde Cataluña a Gibraltar preparando menús para una insulsa clientela del todo incluido y tras salir de bronca en cada una de las cocinas donde desplegaba su arte como cocinero formado en los fogones de una difícil infancia plagada de tutelas y centros de menores, decidió hacer algo grande. De modo que aquella mañana madrugó. Preparado con sus mejores galas cogió su maletín de cuchillos y quiso disfrutar participando en aquella convocatoria para elegir al mejor creador de un plato sublime. Estoy nervioso, pensó. Tres opciones a elegir y un jurado exigente y docto. Opción A: Legumbres, B: pescados y C: carnes de caza. La misión, hacer sucumbir a paladares exquisitos. Voy a lo concreto, se dijo Julián. Ofreció una composición fundamentada en la lenteja como producto de la olla del pobre elevada a los altares del noveau concepto gourmet. El reconocido y mediático chef saboreó aquella crema de lentejas con crujiente de morcilla castellana y un baile de sabores antiguos lo devolvió al origen. La verdad de la tierra se hizo carne. El famoso cocinero guiñó un ojo a Julián y al oído le susurró; ya me contarás el secreto.