Ella tenía la costumbre de abrir los ojos casi a la vez que el sol. El cielo plúmbeo se rasgaba a jirones de luz. Amanecía.
Se giró y notó la presencia del vacío, de la tristeza del lado opuesto sin llenar, del frío hielo de la sábana que no ha sido dormida. Peinó el espacio y apretando el puño recordó la promesa desamor que le hiciera al brujo: nunca volveré amar como aquella vez amé.
El silencio se rompió. Una dulce melodía susurraba ritmicamente, desde la lejanía se oyó un nombre... ¿Julia?
Un microrrelato de Maica González Serrano.