Esta mañana me he despertado con una sonrisa dibujada en mi cara, he necesitado unos segundos para tomar conciencia de que no estaba en una habitación rodeada de platos y ceniceros de loza que contuvieran mensajes divertidos y refranes alrededor de uno central, “Dale limosna mujer que no hay en la vida nada como la pena de ser ciego en Granada”, me he levantado con la euforia momentánea que te da el haber revivido durante toda una noche dulces recuerdos de infancia y adolescencia, recuerdos en un pueblo de la sierra granadina donde todo se reducía a ese “perimundo”, no había nada más, no existía nada fuera de esas cuestas empinadas y ese olor a limpio de Alfacar, durante esos días de verano sólo contaba mi tío Antonio que llenaba de luz todo lo que rozaba y si ese año coincidía que mi abuela se apuntaba al peregrinaje, ambos formaban el tándem ideal asegurando eternas tardes de diversión y risas continuas. Me he levantado oliendo a parras y a cloro de piscina, escuchando al panadero pregonando su llegada cargado de tortitas de chocolate y aceite, agotada ante partidas interminables de ping-pong, sintiendo la desazón porque sonara el chirrido de la puerta de forja de la entrada y se escucharan los pasos de mi amigo Javi subiendo los escalones de dos en dos, he caminado junto a mis hermanos por una senda estrecha y sinuosa que llevaba a Fuente Chica plagada de moras de todas las cromías, granas, moradas, verdes, y, cómo no, he soñado una noche de luna llena en Fuente Grande…
"¿Qué es la vida? Un frenesí. ¿Qué es la vida? Una ilusión, una sombra, una ficción; y el mayor bien es pequeño; que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son…"
Un microrrelato de Sol Acosta Puertas.