Hay acciones que al ejecutarlas te llevan por la vía del recuerdo al lejano ayer. No hay vez que al baldear el patio no viaje con grandes alas de nostalgia hasta los huertos traseros de la gran casa de mi abuela. Volver de forma irremediable a esos cuartos de tierras llenos de macetas de fresas, limoneros, nísperos y arriates de azaleas, rosas y margaritas generosas y silvestres entonando sones de primavera. Allá, en menos de cien metros, un laberinto abierto a los mil y un juegos que el alma de un niño es capaz de conjugar. Las horas infinitas... trazados geométricos en terrenos de siembra doméstica, la tierra, los frutos caídos, objetos en desuso, olvidados en las azoteas de blanca cal y severo sol del sur y tu mismo para trazar miles de posibilidades.
Un microrrelato de Ana Muñoz Cubero.