Se preocupaba por todas esas pequeñas cosas imperceptibles, casi minúsculas y que no trascienden a las vivencias de la mayoría de los comunes. Buscaba los fallos casi indelebles en cada objeto y era feliz en esa perpetua infelicidad de amargor latente. No se llevaba bien con la soledad a la vez que la convivencia se le hacía una inmensa cuesta arriba. Austera y sibilina, persona agriada en el carácter y de toscas manera aún intentando profesar una delicadeza que nunca brotaba de sus adentros se preocupó más del continente que del contenido y apenas logró cinco minutos de felicidad seguidos en su ácida vida de perfumista. No más que los olores, las esencias y los matices ocultos en las materias la mantenían en un letargo casi próximo al éxtasis, era entonces, en esos momentos de silencio y ocultismo y de alquimia secreta cuando Carla sentía plenitud y calma a sus extremas obsesiones.