Cuando conocí al muñeco de madera quedé deslumbrada ante él, tenía una capa perfecta de barniz, un barniz cegador que lo convertía en un muñeco exultante, contagiaba optimismo y alegría, era inevitable pensar en cogerlo de la mano y vivir mil aventuras con él. Saltamos entre las nubes y casi llegamos a tocar una gran bola anaranjada pero, sin darnos cuenta, esa gran bola hizo que el barniz fuese desprendiéndose del exultante muñeco de madera, bajamos a toda prisa pero las nubes descargaron sus lágrimas sobre nosotros y mi querido muñeco reluciente se volvió lánguido y oscuro… Nunca más quise otro muñeco de madera.
Un microrrelato de Sol Acosta Puertas.
Un microrrelato de Sol Acosta Puertas.