Nadie del otro lado de la calle parecía querer ayudarle. Corría y corría arqueando la espalda para evitar, sólo por milímetros cada vez, que los cuernos del animal se clavaran en su columna vertebral. Gritaba con el pecho ardiendo por el esfuerzo mientras las caras pálidas de la acera de enfrente miraban y señalaban sin hacer nada. Cuando las piernas empezaban a fallarle vislumbró con nausea el final de la calle sólo unos metros por delante. Iluminada apenas por una tenue luz parpadeante, no sabía cómo afrontaría aquel giro sin caer al suelo y sin que el torbellino enfurecido que le perseguía le devorara al fin. Pensó también en la futilidad del esfuerzo. Probablemente más allá de la esquina sólo habría una nueva calle llena de gente indolente del otro lado.
Un microrrelato de Pedro José Pedrero Otero.